!Un grito de angustia!
Dios mío, clamo de
día, y no respondes; y de noche, y no hay para mí reposo.
No te alejes de mí,
porque la angustia está cerca; porque no hay quien ayude.
Horadaron mis manos y
mis pies. Contar puedo todos mis huesos; entre tanto, ellos me miran y me
observan.
Repartieron entre sí
mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes.
Todos los que me ven
me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza, diciendo:
Se encomendó a
Jehová; líbrele él; Sálvele, puesto que en él se complacía.
David
describe en estos versículos del salmo 22, el sentir de Jesús. El tormento al
que había sido sujeto, y aceptado voluntariamente, por amor a nosotros los
pecadores.
“Mas
tú, Jehová, no te alejes; Fortaleza mía, apresúrate a socorrerme”.
Más
Jehová, quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento, Hasta que hubiere puesto
su
vida en expiación por el pecado.
Dios
Padre mostró su amor hacía nosotros los pecadores, al enviar al mundo lo más
cercano a su corazón. “Su amado hijo Jesucristo”.
Los
magos que venían del oriente hicieron una pregunta que turbó al rey Herodes en
grado sumo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?
Esa
sola pregunta fue razón suficiente para que el rey Herodes se turbara y
preguntara a los sacerdotes y escribas, el lugar donde se llevaría a cabo tal
acontecimiento. En Belén de Judea respondieron.
Jesús
fue perseguido desde su nacimiento. La consigna dada por Herodes, era matarlo.
Jesús
fue protegido, un ángel del Señor habló a José en sueños y le indicó que
llevara al niño y a su madre a Egipto. Herodes no lo pudo encontrar.
Como
represalia mandó matar a todos los niños menores de dos años. Hecho que se nos
narra en el libro de Mateo.
Aunque
Jesús era hijo, por lo que padeció, “aprendió
la obediencia”.
Esto
no impedía que en su naturaleza humana Jesús expresara:
Ahora
está turbada mi alma; y ¿qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Más para esto
he llegado a esta hora.
La
angustia de Jesús era indescriptible, difícilmente la mente humana será capaz
de comprender tal sufrimiento.
¡Heridas expuestas de Jesús!
Jesús
es conducido ante el sumo sacerdote Caifás.
¿No
respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti?
Más
Jesús callaba.
Dinos
si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.
Jesús
le dijo: Tú lo has dicho
¡Ha
blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? ¿Qué os parece? Respondiendo
ellos dijeron: ¡Es reo de muerte! Entonces le escupieron en el rostro, le
dieron de puñetazos, y otros le abofeteaban.
Para entonces la cara de Jesús ya empezaba a ser irreconocible debido a
la hinchazón y los hematomas producidos por los golpes.
Los preparativos para su flagelación se
llevaron a cabo. A Jesús se le despojó de sus ropas, y le ataron.
Médicos comentan: Al principio las pesadas
correas cortaron la piel solamente. Después, mientras los golpes continuaban,
cortaron más profundamente, hasta el fino tejido subcutáneo, produciendo al
principio un flujo de sangre de los vasos capilares y venas de la piel, y al
final chorreó sangre arterial de los vasos de los músculos.
Los soldados tenían mucho cuidado de no
puncionar un pulmón causando su colapso y acelerando la muerte y finalizando
con la intensa y prolongada agonía… El sadismo de los soldados romanos ha sido
objeto de muchas crónicas de historiadores de la época
Cuando
Isaías nos lo describe, menciona: No hay
parecer en él, ni hermosura; le veremos más sin atractivo para que le deseemos.
Debía existir un propósito bien claro
para pasar todo este calvario.
¡Salvar a los pecadores, era su deseo!
Crean en mí, les decía Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida; el que
cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”.
¿Crees, esto?
Una vez aceptándolo como Salvador, se
nos da el derecho de ser llamados “hijos de Dios”. Podemos ser consolados por
él. Amados por él, sin que exista nada ni nadie, que nos impida acercarnos
confiadamente al trono de su gracia, para alcanzar esa misericordia que tanto
necesitamos.
¿Estás en angustia? Jesús entiende tu
dolor. No importa la causa de tu sufrimiento; él desea sanar tu herida.
¿Estás muy cargada con tus problemas?
Jesús nos dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar”.
¡Piensa! Analizar nuestras vidas sin
tener a Cristo, es vano. ¡No logramos nada!
Entreguémosle hoy, el control de
nuestra vida. Él es Fuerte y Poderoso para cambiar nuestras lágrimas por gozo.
Él se apresura a socorrernos porque
nos ama, él no se aleja de nosotros cuando la angustia está cerca. ¡Él ayuda!
Ya no te angusties, ya no llores,
habla con él, muéstrale tu herida, ábrele tu corazón y disponte a ser sanada
por el médico del alma. Él es experto en quebranto de tal manera que sabe lo
que duele estar solo y sin ayuda. Ahora él está aquí, a tu lado, esperando que acudas y le
expreses todo tu quebranto.
Las heridas de Jesús eran heridas totalmente
expuestas, profundas; se nos dice, que se podían contar todos sus huesos. Yo no
puedo expresar con palabras, tal tormento.
Solo sé, que él me amó tanto, que
entregó su vida por mí.
Hasta el último aliento. ¡Todo por
mí! ¡Gracias Jesús!
Hermoso artículo! Gracias por el ánimo y por poner en perspectiva el sufrimiento de Jesús; El nos entiende, el sufrimiento no es ajeno a El.
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